VERANO 2024
Es en la repetición de la acción cuando aparece el hábito, que podríamos definir como la sincronización del cuerpo en relación con lo circundante, donde gesto y espacio se coordinan en una coreografía diaria, que marca un cierto ritmo de vida. La domesticidad del hogar como punto de partida de una posición en el mundo, la casa como un instrumento de orientación hacia lo de afuera, lo interior intrínsecamente conectado a lo exterior, lo íntimo a lo público. Estas consideraciones nos sirven de guía para apreciar el trabajo de Andrea Herrera del Valle, que encuentra en la formulación de una cotidianidad, una aproximación a la relación entre objeto y tiempo. El interés por el mobiliario antiguo, la artesanía, y el artefacto arqueológico, deviene aquí una forma de resistencia material a la aceleración y a la inmediatez.
A la crítica al uso y desuso en lo doméstico, donde la ikeaización del hogar subraya una vida precaria, deslocalizada y genérica, la exposición suma una crítica al tiempo lineal. Los calendarios que la artista hace cada año para sus amistades y que no necesariamente empiezan en enero, sirven de introducción al pensamiento circular. Si bien en la gestión material, lo circular contribuye a reducir el impacto ecológico y nos acerca a otras formas de habitar, considerar el tiempo como algo que vuelve, motiva una reflexión sobre como generar un tiempo distinto más allá del capitalismo 24/7. Contra las divisiones entre lo natural y lo artificial, que permiten ver el mundo como un recurso pasivo y disponible, Andrea nos adentra a una sensibilidad y a una atención por el entorno desde una afectividad poética enemiga de la sobreproducción frenética.
A la crítica al uso y desuso en lo doméstico, donde la ikeaización del hogar subraya una vida precaria, deslocalizada y genérica, la exposición suma una crítica al tiempo lineal. Los calendarios que la artista hace cada año para sus amistades y que no necesariamente empiezan en enero, sirven de introducción al pensamiento circular. Si bien en la gestión material, lo circular contribuye a reducir el impacto ecológico y nos acerca a otras formas de habitar, considerar el tiempo como algo que vuelve, motiva una reflexión sobre como generar un tiempo distinto más allá del capitalismo 24/7. Contra las divisiones entre lo natural y lo artificial, que permiten ver el mundo como un recurso pasivo y disponible, Andrea nos adentra a una sensibilidad y a una atención por el entorno desde una afectividad poética enemiga de la sobreproducción frenética.
En esa estimación, el trasfondo, el contexto, los antecedentes adquieren relevancia, el cómo hemos llegado hasta aquí merece una consideración, más cuando se trata de una artista que ha sido migrante en su infancia. La herencia mexicana aparece en los referentes, en los que también hay elementos de la cultura pop, del cómic o del desván familiar, que en su sedimentación han conformado un imaginario en el que muebles y figuras atesoran un encantamiento, casi como amuletos o ensamblajes mágicos de un mundo profundo y por conocer.
Siguiendo a Sarah Ahmed, diríamos que los cuerpos adquieren orientaciones en relación con los objetos configurando así percepciones y disposiciones. Si bien, Ahmed analiza como lo heterosexual genera una cultura de rectitud (straightness) en la que lo queer es siempre una desviación, esta cultura se perpetua a partir de lo doméstico y lo familiar, y por tanto cualquier resistencia a las pautas de consumo (igualmente normativas), pasa por elaborar otras formas de habitar y de relación, de hábito. Alterar el orden de las cosas, buscar en los objetos una forma de socavar la imposición de una lógica de posesión y dominio, abre un camino para considerar lo doméstico como un campo creativo, en donde nos rodeamos de aquello que nos ayuda a desviar un modelo de vida puntuado por un ritmo espasmódico. En esa orientación, lo queer, lo oblicuo, es también la búsqueda de otra relación, de otro hábito, que escapa de la pauta, del sendero marcado, a favor de una topografía intensa dibujada des del hogar-nido.
Siguiendo a Sarah Ahmed, diríamos que los cuerpos adquieren orientaciones en relación con los objetos configurando así percepciones y disposiciones. Si bien, Ahmed analiza como lo heterosexual genera una cultura de rectitud (straightness) en la que lo queer es siempre una desviación, esta cultura se perpetua a partir de lo doméstico y lo familiar, y por tanto cualquier resistencia a las pautas de consumo (igualmente normativas), pasa por elaborar otras formas de habitar y de relación, de hábito. Alterar el orden de las cosas, buscar en los objetos una forma de socavar la imposición de una lógica de posesión y dominio, abre un camino para considerar lo doméstico como un campo creativo, en donde nos rodeamos de aquello que nos ayuda a desviar un modelo de vida puntuado por un ritmo espasmódico. En esa orientación, lo queer, lo oblicuo, es también la búsqueda de otra relación, de otro hábito, que escapa de la pauta, del sendero marcado, a favor de una topografía intensa dibujada des del hogar-nido.
Texto: Xavier Acarín Wieland.
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